jueves, 13 de marzo de 2014

Toda basura tiene el mismo color

Madrid ardió, el lunes 4 de noviembre de 2013. La altura de las llamas se equilibró con el nivel de indignación de los empleados de limpieza madrileños, que habían tragado desde verano la inquietud que supone la privatización del servicio público en el que trabajas. Ese lunes, miles de barrenderos y jardineros se manifestaron en el centro de Madrid y muchos de ellos quemaron sus uniformes en la Puerta del Sol como preludio de una huelga histórica que iba a comenzar en unas horas.


Amanece el centro de Madrid. En el segundo día de la huelga de basuras, a las siete de la mañana, las tiendas permanecen cerradas y el sol se abre paso entre los tejados; los coches desfilan por el asfalto y una niña se agarra a la mochila mientras pregunta a su padre por qué hay tanta basura en la acera; una joven contempla el escaparate de una tienda rodeada de desechos y un mendigo yace a su lado como un desecho más.


Los sindicatos convocaron esta huelga indefinida ante el Expediente de Regulación de Empleo (ERE) anunciado por las cuatro empresas dispuestas a comprar el servicio desde verano, que pretendía dejar en la calle a 1.134 trabajadores (de los 6.000 totales) y recortar el salario un 43%. Si me permiten, retrocedemos al mes de agosto: entonces, el ayuntamiento de Madrid  pretendía recortar el presupuesto en limpieza viaria y abrió un concurso público en el que pedía una rebaja 10% del presupuesto inicial, que era de 2.316 millones de euros. Por lo tanto, las empresas que más barato ofrecieran sus servicios se llevarían los contratos. Las cuatro empresas ganadoras fueron: Ferrovial, Valoriza (del grupo Sacyr), FCC y OHL. Entre todas, ofrecían una reducción del presupuesto a 1.943 millones por hacer el servicio, es decir, un 16% del total. Esta diferencia de presupuesto que ofrecen las empresas al ayuntamiento es el origen del conflicto. De esta manera, las empresas alegan que no pueden establecer su presupuesto si no es a costa  de la reducción de plantilla y el recorte salarial. Esta medida está facilitada por la ausencia de una exigencia que mantuviese el empleo en el pliego realizado por el ayuntamiento. Ana Botella llamó a esto un “cambio de filosofía”. Lo que hizo fue una “subrogación”: comprometerse a contratar a los trabajadores, pero no a mantenerlos. Ninguna empresa privada iba a renunciar a su margen de beneficios, eso estaba claro.

En el barrio de Chueca, el mediodía de la cuarta jornada de huelga tiene un suelo pegajoso y un olor tangible. Las vecinas miran con los brazos cruzados cómo la mierda gana terreno poco a poco. Los niños se divierten con ella, como lo hacen con la ola que acaba débil en la orilla. Los rayos del sol penetran en el interior de los montones de basura buscando el florecimiento de una lata o de una flor marchita. Difícil.

En el transcurso de la huelga, se sucedieron intentos de acuerdo, pero lo que se conseguía era más distanciamiento. En esas disidencias, Juan Carlos del Río, responsable de UGT, anunciaba en Hora 25 de la Cadena Ser: “empezaremos a hablar cuando se retire el ERE y se readmitan a los 350 trabajadores despedidos el 1 de agosto (limpiadores y jardineros)”. Si hacía falta más tensión al asunto, la alcaldesa Ana Botella se encargaba de añadirla, al decir que se trataba de un problema entre empresas y trabajadores. Si algo piden los ciudadanos a los políticos, es que adopten una postura conciliadora en un conflicto. En vez de “lavarse las manos” y subirse a su coche oficial.

En el quinto día de huelga, la Gran Vía, aparentemente limpia, recibe la noche escondiendo los trozos de basura, como el chaval que esconde el tabaco cuando sus padres llegan a casa. Lo mismo ocurre en el paseo del Prado, pero al entrar en una calle menos galardonada la mierda te devuelve a la realidad.


“Madrid, capital de la basura”, tituló el diario conservador Frankfurter Allegmeine en el ecuador de la huelga. Junto a este periódico, otros medios internacionales como la BBC, Le Monde o The World Street Journal se hicieron eco de la mierda que vestía Madrid. Sus párrafos acusaban a la alcaldesa como persona equivocada para ejercer el cargo y atribuían esta situación al gran endeudamiento –la ciudad con más deuda en toda España- de la capital. En los medios nacionales también se hablaba de la huelga. Sobre todo de la estética de la ciudad; daba la sensación que preocupaba más la apariencia del asunto que su verdadero trasfondo: un gran número familias sin trabajo, una reducción salarial que volvía a ahogar a los más débiles y la nueva privatización de un servicio público. Como sacar la basura, esto se está convirtiendo en un hábito rutinario. Además, cada uno desde su trinchera, los partidos políticos respaldaban o culpaban a los trabajadores por el aspecto de la ciudad.


En el séptimo día, el barrio de Salamanca y la calle Génova están impolutas. Sí. Parece ser que hay personas que viven aislados en una, o varias, nubes. Tarea complicada en estos días de constantes gritos e incendios.

Lo que realmente importa: ¿qué se decía en la calle? ¿qué opinaban los ciudadanos? . Sin duda, la basura en las calles era el tema de cada conversación. Era difícil no encontrarse con personas que señalasen los residuos mientras fruncían el ceño “Ahora mismo venía pensando en eso”, dice Mari Carmen cuando la pregunto sobre el aspecto de las calles. “Da pena salir a la calle. Los trabajadores tienen todo su derecho a hacer huelga, pero que no nos llenen la calle de mierda”. Y es que era curioso ver cómo muchos contenedores estaban semivacíos y las bolsas de basura –algunas rajadas- se aglomeraban al alrededor. No hay que generalizar, pero hubo trabajadores que esparcían los desechos para que la huelga tuviese más visibilidad y afectase más, buscando una reacción en los altos cargos. Además la mayoría de las noches se quemaron contenedores, aunque luego se demostró que no todos los detenidos –en total, 19- eran trabajadores. Moisés, un joven ghanés que lleva viviendo doce años en España, no fue el único que se acordó del gran número parados como solución al conflicto: “Hay mucha gente que estaría dispuesta a limpiar esto por dinero”.  Desde los primeros días, se sucedió la curiosa imagen de los policías escoltando a los trabajadores para que se cumplieran los servicios mínimos. De hecho, el gobierno pretende establecer una nueva ley de “servicios mínimos” a raíz de esta huelga, pero ese es otro tema.


Chema, periodista, intenta convencer a su amigo de que la intervención del Ejército para limpiar las calles es una posibilidad seria; y es que se consiguieron 24.600 firmas en la petición a través de Change.org.
Stefany es francesa y recuerda con una sonrisa cómo era Madrid cuando ella lo visitó de pequeña. Ahora ha venido a ver a un amigo suyo y se ríe por el estado de las calles: “lo peor es cuando se levanta el viento”, bromea.
“Madrid es la puerta de Europa para los latinoamericanos”, menciona Javier, un venezolano que ha venido a pasar unos días con su familia. “Esta es la cuarta vez que vengo a la ciudad y nunca la vi tan mal. La imagen es penosa”,  dice apartando una de las tantas latas que hay en la acera. Algunos turistas pretenden evitar la realidad y a la hora de posar en una foto, gritan: “¡no me saques con la basura detrás!”.

Impresiona como la mayoría de personas con las que hablé, a pesar de que la mierda los comiese sus portales, sus calles, su realidad, apoyaban a los trabajadores.

En el noveno día, la calle de las Huertas, zona de copas y hostelería, se distinguen montones de basura orgánica. Huele fatal. Entrantes, primeros platos, segundos y postres, menús baratos servidos en baldosas: una relaxing fast food madrileña, vamos.

Nunca viene mal fijarse en los orígenes de las cosas. En este caso, el conocido por “capitalismo de amiguetes”, es decir, estos grandes negocios con el dinero de todos entre amigos: empresarios y políticos, comenzó hace unos 20 años. El Partido Popular aseguraba que Madrid, por esa época, tenía un apartado de limpieza urbana desastroso y de mucho coste.
Este juego de contratas y privatizaciones lo inició una vieja conocida en la capital: Esperanza Aguirre, como concejala de medio ambiente. Fue sustituida por López Viejo (imputado en el caso Gürtel), que continuó con el plan de privatizaciones en su etapa. Se abrió un nuevo concurso público en el que se presupuestaron 65 millones de euros y las empresas acabaron cobrando 161 millones, casi el triple. Esa es la amistad entre empresarios y políticos.

En la noche del undécimo día, al barrio más multicultural de Madrid, Lavapiés, la huelga le afecta de otra manera: los niños senegaleses juegan al fútbol con las latas de cerveza y los cartones son reutilizados por personas que se preparan para pasar la noche en la calle.

Tras nueve días de huelga, Botella convoca una rueda de prensa, en la que da un ultimátum de 48 horas a los trabajadores. Si en dos días las calles de Madrid seguían encharcadas de basura, la intervención de la empresa pública TRAGSA –con un despido del 16% de su plantilla en el horizonte- sería inminente. El comité de empresa, desde un primer momento, se negó a ejercer de “esquiroles” y perjudicar el esfuerzo de sus compañeros. Por eso, TRAGSA acabó recurriendo a Empresas de Trabajo Temporal (las ETT) para cumplir los servicios mínimos. En una tarde, se solicitan 110 trabajadores que, dada su situación de desesperación económica, aceptan la jornada aún siendo conscientes de la tensión presente y el riesgo que eso suponía. La madrugada del sábado 16, las calles madrileñas recibieron con alegría a los empleados temporales que cobrarían 85 euros por la noche. Allí estaba también ella, Ana Botella, que se acercó a supervisar –enfundada en su abrigo de piel- el cumplimiento de la partida. En dos días se recogieron cerca de 610 toneladas de residuos, según estimaciones municipales.

El 17 de noviembre, después de una intensa noche de negociaciones entre sindicatos y empresas adjudicatarias, se llegó a un acuerdo. Los 1.134 trabajadores afectados por el ERE se reducen a cero. Ningún despido. Mientras que los recortes salariales se quedan en una congelación de sueldos por tres años (hasta 2017) y con expedientes de regulación de empleo temporales. El acuerdo se cerró tras 15 horas de asambleas en las que los trabajadores aceptaron las nuevas condiciones del contrato. Los jefes sindicales calificaron la huelga como “exitosa”, dado el panorama negro que antes se presentaba. Aunque algunos trabajadores lamentaron no haber podido recuperar a esos trabajadores que fueron despedidos en agosto.


En una realidad cada vez más sensorial como la actual, en la que las personas se ciñen a la apariencia de las cosas y aquel que ahonda en sus sentimientos verdaderos se convierte en un extraterrestre, es muy importante resaltar no solo aquello que se ve, sino lo que se siente. El reciente ejemplo que nos han dejado los trabajadores de la limpieza y la jardinería es idóneo. Compañeros que caminaban sobre la silueta del precipicio, se han unido con coraje para defender su derecho a la alegría, como diría Benedetti.
Estos días pasarán a la historia de la ciudad. Andabas sin despegar la mirada del suelo, donde la acumulación de residuos te percataba de la existencia de las papeleras: esas grandes olvidadas, que solo dialogan con los barrenderos. La función de ambos en la ciudad es abismal. Es más, si de algo nos ha servido esta huelga es para darnos cuenta del tsunami de residuos que generamos y de la importancia de la profesión que se encarga de retirar esa basura.


Entre tanta mierda, me encontré con esta sensacional frase del periodista Josep Ramoneda: “La basura en las calles se convierte en metáfora del desconcierto y de las fracturas de un país”. Muchos somos los que pensamos que una calle impoluta no muestra la realidad de una España que hace tiempo que cae en silencio desde un rascacielos, poco a poco, ignorando el golpe que va a sufrir.

Cuando los poderosos juegan con la vida de las personas a sus espaldas, por debajo de la mesa, te das cuenta de que toda basura tiene el mismo color.



Reportaje publicado en el número de diciembre de la Revista Eboli News


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