domingo, 14 de septiembre de 2014

Los indecisos del referéndum de Escocia: "Aún no sé qué votaré"


Pegatinas en el buzón de una calle de Edimburgo. Foto: Edu Granados.
 “No sé, aún no sé qué votaré”, confiesa Ryan (31) sentado en una terraza de la céntrica Royal Mile de Edimburgo. “Y eso que solo hay dos opciones: Sí o No. Parece fácil, pero no lo es”. A menos de una semana para la celebración del referéndum sobre la independencia de Escocia, aún quedan muchos votantes indecisos: entre un 12% y 8%, según los últimos sondeos. En una recta final tan reñida, este grupo de personas serán decisivas para el resultado final. Por eso, conviene preguntarse quiénes son, por qué dudan y cuál es la estrategia de sendas campañas para atraerlos.

Hace un año, uno de cada cuatro escoceses no tenía decidida su postura respecto a la independencia y, según se acerca el momento de votar (18 de septiembre), las dudas siguen rondando sus cabezas. Hoy el número de votantes indecisos se acerca a los 771.000, según las encuestas. Suelen ser aquellos que no se identifican con ningún partido político, aunque, según Robert Liñeira, investigador en Ciencia Política de la Universidad de Edimburgo, lo que caracteriza a estos votantes es que “muchos de ellos quieren que Escocia continúe dentro del Reino Unido, pero con más poderes que en la actualidad”. Como esa opción no está en la papeleta de voto del referéndum, ambas campañas mueven las últimas fichas para ganar la partida.

Ante el temor de una victoria independentista, el jefe del Gobierno británico, David Cameron; el vicepresidente del Ejecutivo, el liberaldemócrata Nick Clegg, y el líder laborista, Ed Miliband viajaron el pasado miércoles a Escocia para intentar convencer a los escoceses de que el resto del Reino Unido quiere que se queden. Para la mayoría de los escoceses este “aterrizaje” llega tarde y no supondrá un cambio de opinión respecto a su voto. “Vienen a falta de una semana cuando tendrían que haber venido hace un año. Demasiado tarde”, se queja Ryan.

Aún así, las propuestas y los discursos continúan a diario en las ciudades más importantes de Escocia. Ambas campañas centradas en conceder más autonomía y poderes a los escoceses: “el Sí ha propuesto una ‘Independencia Light’. Es decir, proponen una Escocia independiente, pero compartiendo la moneda, la reina o el mercado energético con el resto del Reino Unido”, explica Robert. “A su vez, la campaña del No promete que Escocia goce de más poderes fiscales o de mayores competencias en políticas de bienestar en caso de que no se independice”. Aunque estas últimas promesas han levantado ampollas entre los tories de Londres, que no lo ven tanclaro.  Para Robert, una de las claves será si una Escocia independiente puede utilizar o no la libra esterlina. “La insistencia permanente del líder unionista, Alistair Darling, sobre esta cuestión parece que ha hecho menos creíble el mensaje y ahora hay más escoceses de los que había hace un mes que piensan que se trata de una estrategia electoral”.

Más de 4,2 millones de escoceses se han registrado para votar y de ellos 120.000 lo han hecho en el último mes, cuando la campaña se ha puesto al rojo vivo. Los registrados son el 97% de los electores, una cifra récord, sin precedentes en ninguna elección escocesa. Aunque finalmente no todos ellos vayan a votar, se preve una afluencia a las urnas altísima, en torno al 80%.

Cerca de 4,2 millones (cifra record en la historia escocesa) de personas están registradas para ejercer su derecho al voto, con un gran repunte en el mes de agosto, cuando los resultados se han igualado. Aún así, para los comicios del próximo jueves se prevé una asistencia del 80%. Ángel Morales es uno de ellos: votará, pero aún no sabe a quién. “Mi caso es paradigmático de lo que ha sucedido en Escocia en el último año. Mi inclinación particular sería hacia el No, puesto que cualquier nacionalismo me inquieta de sobremanera. Pero, si te soy sincero, a día de hoy, aún no sé qué votaré el jueves”, confiesa este arquitecto catalán con mujer e hijos en Edimburgo. “La cabeza me dice que No, puesto que tengo serias dudas que el Sí no ha conseguido aclarar. Aunque mi corazón apuesta por una Escocia que podría enfrentarse a los problemas desde otra perspectiva, empezando de cero”.

Los jóvenes de 16 y 17 años también podrán votar. Ellos ocupan un 3% del electorado y, como Sarah, muchos no han decidido su voto. Esta joven edimburguesa duda entre lo que escucha en casa y lo que lee en las redes sociales (un 50% coincidirá con la elección de sus padres, según un estudio). “Los jóvenes llevamos siguiendo desde hace tiempo cómo se desarrolla el debate sobre la independencia. Estamos muy sensibilizados. Creo que es porque este referéndum no se trata de partidos políticos, sino de nuestro futuro. Somos conscientes de nuestra responsabilidad”, explica Sarah. Según los expertos, esta “generación selfie” no será decisiva en el resultado, pero, con las encuestas tan apretadas, todo puede pasar.

Daniel Domínguez (19), como estudiante de Cine y Políticas en la Universidad de Glasgow, se ha estado preguntando durante todo el curso si votará o no. “Hay diferencias claves entre ambas campañas que me hacen decantarme por la independencia. Por ejemplo, con el tema del petróleo en el Mar del Norte, el armamento nuclear (situado en el oeste de Escocia), la privatización del NHS (Servicio Nacional de Salud con sus siglas en inglés) y el futuro de la educación”. Cómo él, cinco mil españoles residentes en Escocia tienen derecho al voto, mientras que 750.000 escoceses no votarán por vivir fuera. “Creo que lo deberían decidir los escoceses y no un  español que ha llegado aquí a estudiar casi de rebote”, reconoce Dani. “Aunque no es solo la independencia de Escocia lo que se vota. También es decir no a las políticas que se toman en Londres y a una serie de medidas que se están tomando en el mundo entero y más en Europa”. Finalmente, admite que, como la mayoría de escoceses dudosos, decidirá el día antes del referéndum.


Según los sondeos, el apoyo a la independencia es menor entre las mujeres, con un mayor nivel de indecisión. “Quiero una Escocia nueva, limpia y más igualitaria, pero me da miedo que después de independizarnos salgamos mal parados”, cuenta Isabelle (64) que votará Sí, yendo en contra de su marido e hijos. Esta votante laborista reconoce que el papel de su partido es crucial, puesto que históricamente ha dominado Escocia excepto en los últimos años y eso ha creado divisiones respecto al voto. “Voy a decirte algo raro: quiero que gane el Sí, pero votaré No. ¿Tiene eso sentido? No lo sé”.

Componer canciones con mujeres maltratadas y personas sin hogar


Rafa Sánchez ha llevado el compromiso de ser cantautor hasta sus últimas consecuencias. En su proyecto Fabricanciones compone con mujeres que han sufrido el maltrato de sus parejaspara sacar con la música la angustia que llevan dentro. Antes, trabajó en la misma línea conpersonas sin hogar para hacer visible un grave problema que a menudo olvidamos. Hablamos con él en su taller de Madrid, y con dos de los coautores de sus canciones de liberación, Laura y el guineano Óliver.
Ha llegado la hora. Rafa afina su guitarra mientras un grupo de mujeres, víctimas de la violencia de género, hablan, ríen y sonríen. Una melodía se abre paso entre el tumulto de voces y cada mujer inicia su viaje particular al recuerdo. Ojos cerrados, manos abiertas: el pasado se convierte en presente. Asoman las emociones, aunque flaquean las palabras. De repente, una mujer sugiere una sensación, de ahí nace una frase. Otra. Y otra. Se acumulan las experiencias hasta que se crea una metáfora, un verso. Una pizarra recoge y asimila cada trocito de vida que estas mujeres le regalan. Quieren vivir su presente, enseñar su herida cerrada y servir de ejemplo para el futuro más cercano. “Hay que hacer más canciones. Nosotras no podemos dejar de hacer canciones”.
Rafa Sánchez (en Twitter @fabricanciones), cantautor madrileño, se siente afortunado de poder dedicarse a la música como servicio para las personas y que esté comprometida con causas como la dignidad y la justicia. “Entiendo la música como una forma de estar en el mundo. No sabría vivir sin componer, no puedo dejar de hacerlo”, confiesa Rafa mientras coloca con cuidado su guitarra. El año pasado sacó adelante un proyecto con la asociaciónGenerando Igualdad llamado Fabricanciones: un taller de composición de canciones donde las protagonistas son las mujeres que, cada martes, ofrecen su historia marcada por el maltrato para convertirla en canción y que así sirva de ejemplo para otras mujeres que atraviesen una situación similar. Además, este taller sirve como terapia en la que se comparten experiencias, alegrías, tristezas y, también, muchas ilusiones.
Laura (24 años) empezó a sufrir maltrato por parte de su novio cuando tenía 17. No era consciente, hasta que dijo “basta”. Ese fue el título de la primera canción compuesta en el taller de Fabricanciones, allá por marzo del año pasado. “Esta familia, porque es una familia, me ha ayudado a aceptarme, a mirar al pasado sin miedo, desde la verdad, a normalizar mi historia. Ahora no huyo de lo que me ocurrió, sino que me enfrento a ello”, afirma Laura convencida. “A todas las mujeres que sufren maltrato les diría que levantaran la cabeza, que escuchasen a las personas que sienten cerca, pero, principalmente, que se escuchen ellas mismas, porque sí se puede salir adelante”.
Generando Igualdad es un verdadero ejemplo para ser optimistas a la hora de afrontar la solución de este problema, pero también ilustra cómo el actual gobierno recorta (hasta un 28%, según las organizaciones que trabajan con las mujeres) el dinero que se empleaba antes para luchar contra la violencia de género. Para esta asociación, nacida en el 2000, en los últimos años “se viene notando mucho la falta de subvenciones y ayudas para financiar nuevos proyectos; aun así, nos mantenemos organizando diferentes actividades solidarias y donaciones”, reconoce Elena Cedillo, psicóloga voluntaria, que destaca que la asociación está llena de altruismo.
Rafa tiene claro que este problema hay que agarrarlo desde la raíz. La educación como el arma más poderosa para cambiar el mundo, dijo Mandela. “El problema es que no nos han enseñado a amar sin poseer”, sentencia. “Además, hay un gran nivel de hostilidad hacia la figura de la mujer desde edades muy tempranas. Es decir, los modelos de referencia que tiene una niña en series, televisión o publicidad son de una exigencia bestial”.
¿Por qué no mejora esto, si parece haber un consenso de igualdad? “No mejora porque está situación es rentable para mucha gente. Esta imagen que muestran de la mujer genera muchísimo consumo”. Rafa añade que no solo hablamos de igualdad de género, sino que este es un tema de “justicia social”.
En la asociación es inevitable que salga el tema de la situación de la mujer en España. Rodeadas de unas paredes color lila, estas mujeres reconocen que el Gobierno, con medidas como la nueva ley del aborto impulsada por el ministro Gallardón, no ayuda a mejorar la situación. Preguntas, muchas preguntas sobre la mesa. “¿Hemos avanzado o retrocedido?”, plantea una. “¿A qué se debe el reducido número de denuncias?”. En 2013, de las 54 mujeres asesinadas solo 11 habían denunciado. “¿Este problema tiene que ver con la cultura española?”, plantea otra. No hay respuestas unívocas, los análisis pueden multiplicarse y matizarse, pero las víctimas no pueden seguir esperando.
Las canciones hablan de ellas. Cantan a la fuerza necesaria para volver a empezar, a la capacidad para sobreponerse a las cadenas, a la belleza inconclusa, ponen voz a la angustia de un niño testigo del infierno y a enamorarse nuevamente de la vida. “Muchas mujeres no se atreven a salir de este pozo porque ni siquiera son capaces de identificarse como víctimas”, advierte una de las mujeres. Una cosa hay que tener clara: “Nadie te va a poder ayudar si no pides ayuda”.
En 2010, Rafa propuso a la Fundación RAIS un proyecto con características parecidas, conocido como Fábrica de Canciones. “Ese proyecto surgió de una pregunta que yo me hacía cuando veía a una persona en la calle viviendo a la intemperie. Me preguntaba qué historia había detrás de estas personas. Sentía la necesidad de hacer algo”, nos cuenta. Y eso hizo: dio la oportunidad de participar a personas sin hogar (según el INE, en torno a 30.000) en el proceso creativo de la propia composición de las canciones. Rafa se niega a creer que haya personas sin capacidad artística creativa; la diferencia está en las oportunidades, porque todo el mundo tiene algo que contar. Por eso, “estas canciones están hechas de historias y con ellas se intenta que la sociedad se acerque a esta realidad trascendiendo el estereotipo”.
Allí conoció a Óliver, un joven guineano que fue víctima de un desahucio, uno más del medio millón que acumula ya España. Este joven reconoce que en los primeros días de taller no abría la boca. Su timidez fue una losa. Esa vergüenza fue apagándose hasta que se vio dando palmas y sonriendo a rabiar: “Fíjate si he cambiado, que en clase ahora me han elegido delegado”. Entre un cartón y un pupitre hay una distancia considerable. Óliver lo sabe y tal vez por eso admira a Rafa: “Para mí…, es un ángel. No tengo palabras. No sé cómo lo hace. Él podría haberse dedicado a la música como hacen la mayoría de los artistas: recibiendo aplausos en los escenarios y firmando autógrafos. Pero tuvo el coraje de acercarse a nosotros y devolvernos a la vida”.
Óliver tiene un pasado y, como Laura, ha sabido derribarlo, entenderlo. Este joven se lamenta: “La gente es consciente de lo que supone vivir en la calle, pero nadie hace nada. Muy pocas personas se atreven a acercarse a hablar con una persona tirada en la acera”. ¿Por qué existe esa brecha? Rafa no duda y responde: “Tiene mucho que ver con este sistema fallido basado en el miedo y en la desconfianza. La gente se pone unas barreras que impiden comportarse con naturalidad, como seres humanos”.
“A mí, Fábrica de Canciones me ha devuelto la música. He vuelto a tararear por la calle”, dice uno de los miembros del taller. Volver a tararear… La música como vehículo para cerrar las heridas del pasado y crear vínculos fuertes con las personas.
A Rafa hay una frase que le gusta subrayar: “La música llega donde no alcanza la palabra”.

Los antidisturbios también entran al teatro


Alerta roja: La cada vez más apabullante presencia de efectivos antidisturbios en las manifestaciones va poco a poco metiendo en la cabeza de la gente que protestar en la calle puede ser un acto peligroso. Eso puede minar el derecho a protestar libremente. ¿Cómo se sienten esos policías de casco y porra que ejecutan órdenes? ¿Piensan algo? ¿Se asoman a algún tipo de vacío? Es lo que plantea la obra ‘El antidisturbios’, que se representa en Madrid, en el Teatro del Arte.
Un amigo extremeño que ha venido a estudiar a Madrid me contaba recientemente que siempre que visita el centro de la ciudad se encuentra con alguna protesta ciudadana, una masa indignada que en pocas horas se dispersa por una carga policial. “Nunca he visto tantas porras y cascos juntos, acho”, decía. Tiene razón. La capital está presentando un escenario cada vez más gris y tenso. Como diría mi abuelo, recuerda a las peores épocas. En este escenario, uno de los actores principales es el antidisturbios. Su figura se ha convertido en algo terriblemente familiar. Hasta el punto de que no llama la atención su numerosa presencia, y debería llamarla. Muchos nos preguntamos sobre la figura de los antidisturbios. Esos grandes desconocidos no dejan de ser personas. ¿Cómo se puede sentir un antidisturbios en un operativo? ¿Qué pasa cuando se desabrocha los cordones de las botas y abandona el casco? ¿En qué piensa? ¿A quién defiende? ¿Se siente utilizado? ¿Le duele el dolor que genera?
A este aluvión de incógnitas pretende responder El Antidisturbios. Una obra de teatro escrita por Félix Estaire y dirigida por Patricia Benedicto, que se representa desde que comenzó el año y cuyo éxito ha llevado a prolongar su programación durante todos los sábados de febrero en el Teatro del Arte de Lavapiés.
La obra habla del agente 1245 del Cuerpo Nacional de Policía, perteneciente a la Unidad de Intervención Policial, los conocidos como “antidisturbios”. Un día este policía, viudo y cuya hija se presenta como una tenaz activista a la que ama, recibe una carta en la que le comunican su prejubilación y su reconocimiento con la Medalla de Oro del Congreso al Mérito Profesional. El antidisturbios, ante el vacío que supone para él esta noticia, se enfrenta a su pasado y reflexiona sobre su trabajo y sobre las órdenes que ha ejecutado en su vida. En esta soledad que sufre, desplazado del sistema, también encuentra aciertos y motivos por los que sentirse orgulloso. Su propia hija, interpretada por Lucía Barrado, le hace reconsiderar su papel en la sociedad hasta el punto de cuestionarse lo que había sido su vida: su obligación, el trabajo.
“El Antidisturbios nace de no saber cómo gestionar esa rabia que te genera ir a una manifestación a gritar con las manos en alto y recibir tres hostias”, explica el autor, Félix Estaire, que también se dedica a la interpretación y a la docencia de las artes escénicas y es miembro de la compañía Teatro de Acción Candente. El escritor buscó el momento en el que todo ser humano se queda solo y reflexiona sobre lo que ha hecho. “Por eso, me extrañaba cómo se puede aceptar tranquilamente una persona después de dedicarse a esto cada día”.
En el proceso de creación, Estaire se reunió con un antidisturbios, “pero ni ha querido que saliese su nombre, ni ningún tipo de agradecimiento, ni siquiera ha ido a ver la obra”. La función no va dirigida a ningún colectivo en especial. Es más, se considera para todos los públicos, porque hay algo que le gustaría a Estaire: “Que se erradicara esta política del miedo en la que una madre no puede acudir a una manifestación con su hijo porque corre el riesgo de que carguen. Ese niño crecerá con la idea de que una manifestación es un sitio peligroso. De esta manera, se perderá la concepción del derecho a protestar libremente ante cualquier injusticia”.

Terrorista quién, democracia dónde” gritan las pancartas en las manifestaciones. La obra juega con varios elementos; entre ellos, el diccionario. “El uso correcto de las palabras es muy importante”, subraya Estaire. “Un político menciona los actos vandálicos de una protesta como ‘terroristas’, pero, vamos a ver, yo no creo que quemar un contenedor sea un acto para infundir terror, en cambio un porrazo sí”. Ni hablemos de un desahucio con toda la violencia de un despliegue policial .
Eugenio Gómez, padre de dos hijos, encarna al agente 1245 en escena. En su opinión, “los antidisturbios desarrollan una actividad muy complicada y es verdaderamente difícil ponerse en su lugar”. Este actor, que en la función pisa, respira y habla con la misma firmeza y frialdad de un antidisturbios, invita a ir más allá de la mera violencia de una carga policial.“Nos tenemos que parar a pensar en que interesa que haya disturbios para así devaluar la protesta. En cierto modo están siendo un cuerpo utilizado”.

Todas estas dudas se las planteamos a un policía con características parecidas: ex-antidisturbios y padre. Pero real. De carne y hueso, casco y porra. “La principal función de los UIP es asegurar el derecho a manifestarse de cada ciudadano”, asegura Roberto (nombre ficticio por motivos de privacidad), que subraya la excepcionalidad de las cargas, aunque en la tele o en Internet sea en lo que insisten. ¿Qué ocurriría si un antidisturbios se niega a hacer su trabajo? “El trabajador estaría cometiendo un delito, porque estaría incumpliendo la ley”. Me pregunto si este huracán que llaman crisis no afecta indirectamente a ningún antidisturbios: “Todo lo que le pasa a la sociedad está presente en nuestro trabajo: familias afectadas por las hipotecas, paro, subida de impuestos, recortes en servicios públicos… Pero te vuelves aséptico (voy al diccionario y veo que ‘asepsia’ es el estado libre de infección). Esto es como una burbuja”. Esta capacidad de aislamiento se explica a partir de un difícil proceso de incorporación al cuerpo policial y una formación exhaustiva, tanto física como psicológica, cuando ya eres miembro de la UIP. Además, hay que recalcar que muchos antidisturbios demandan este servicio por su jugoso sueldo extra.
Un caso complejo. Difícil de considerar desde la realidad de cada individuo. Por eso, El Antidisturbios nos lleva a ponernos en el lugar de este personaje cada vez más cotidiano en nuestras calles como consecuencia de un sistema que no funciona. El antidisturbios ejecuta órdenes sin aparente reflexión, manchándose las manos mientras que los que mandan las mantienen limpias. Impolutas. Ese irracional “me dicen y hago” que adoptan los antidisturbios genera odio en personas que no conocen qué hay debajo de esa armadura, escudo y casco.
La obra que ha escrito Estaire no ataca ni defiende la postura del antidisturbios; se trata de abrir un espacio de diálogo y reflexión, de intentar comprender el funcionamiento psicológico del ser humano ante estas situaciones extremas.
Otro de los elementos que aparecen en la función es la ceguera progresiva. Se relaciona con la presencia de cámaras y televisores en escena, que representan varios puntos de vista que se van apagando a medida que avanza la historia. Finalmente queda una única perspectiva: la del espectador.
“Os he contado mi verdad, no la verdad. En esta sociedad no caben las verdades absolutas”, cierra el agente 1245.
PD: Los antidisturbios tienen 10 entradas gratis cada función.

jueves, 13 de marzo de 2014

Alcaldesas pirómanas


La alcaldesa del Pinto, Miriam Rabaneda, no se ha reunido con los trabajadores de Aserpinto desde que llegó a la alcaldía hace dos años. Tras una semana de huelga indefinida, nuestra alcaldesa sigue sin sentarse a negociar con los trabajadores de la empresa –todavía- pública. Algunos nos preguntamos: ¿a qué espera para dar la cara y explicar la situación del pueblo?
La huelga indefinida de Aserpinto huele igual de mal que la huelga de los servicios de limpieza y jardinería de Madrid de hace un mes: alcaldesas, mismo partido político, mismas empresas, posibles despidos, bajadas brutales de sueldos, lucha ejemplar de trabajadores, medios de comunicación difamadores y mierda. Mucha mierda.
Los peleones barrenderos de Madrid han significado un ejemplo de lucha para el resto de colectivos oprimidos por la fuerza del enemigo. Ganaron una batalla, pero no la guerra.
Los trabajadores de Aserpinto han cogido el relevo. Hoy se cumple una semana del inicio de la huelga y algunos decían que no iban a durar ni dos días. La unión de los trabajadores se amontona, como las bolsas de basura en los contenedores. Bueno, algunos, no todos, porque la calle de la alcaldesa está impoluta. Lo mismo ocurría en la calle Serrano o en el Barrio de Salamanca un mes atrás. Calles y barrios mentirosos, pues no muestran la cruda realidad de nuestro país.
Acostumbrados a la opacidad del sistema político de nuestro país, Rabaneda es un caso insólito. Podríamos estar hablando de la política más transparente. Tan transparente, que es invisible. No se la ve por ningún lado, excepto cuando tiene que sacarse la foto con una calle recién asfaltada. No se la escucha por ningún lado, excepto cuando responde a tweets de vecinos que la toman el pelo. Invisible.
Todo lo contrario que su homóloga Ana Botella. Esta no se calla. Habla demasiado. Lo mismo te manda a tomar unarelaxing cup of café con leche en la Plaza Mayor, como se retira a descansar a un balneario en Portugal después de dar el pésame a las familias de las chicas fallecidas en la avalancha del Madrid Arena.
Mientras Ana Botella echaba leña al fuego hace un mes diciendo que la huelga de basura era “un problema entre las empresas y los trabajadores”, Miriam Rabaneda manda una carta a cada vecino –escrita presuntamente por ella- en la que explica, agarrándose donde puede, por qué el pueblo parece un vertedero. La ineptitud y el cinismo.
No sé qué dos posturas prefiero. Tal vez ninguna.
“Durante la huelga indefinida de Aserpinto convocada por UGT, CGT y CCOO” reflexionas y encuentras muchos disparates: un concejal de Educación del PP llorando la muerte de Mandela cuando el partido al que pertenece deja sin derecho a curarse a personas sin papeles. Lo que se llama un “apartheid sanitario”.
Otro disparate: ¿cómo puede ser Aserpinto inviable siendo una empresa pública, sin necesidad de ganancias, mientras que siendo privada, sí es viable aún exigiendo un porcentaje de beneficios? O son unos pésimos gestores, o son unos pirómanos.
Mi padre se preguntaba el otro día, mientras hacíamos la cena, cómo podemos dejar la gestión de lo público, lo que es de todos, en manos de gente que no cree en lo público. Terminó de pelar las patatas y dijo que eso es como dejar de responsables del cuerpo de bomberos a un grupo de pirómanos.

Toda basura tiene el mismo color

Madrid ardió, el lunes 4 de noviembre de 2013. La altura de las llamas se equilibró con el nivel de indignación de los empleados de limpieza madrileños, que habían tragado desde verano la inquietud que supone la privatización del servicio público en el que trabajas. Ese lunes, miles de barrenderos y jardineros se manifestaron en el centro de Madrid y muchos de ellos quemaron sus uniformes en la Puerta del Sol como preludio de una huelga histórica que iba a comenzar en unas horas.


Amanece el centro de Madrid. En el segundo día de la huelga de basuras, a las siete de la mañana, las tiendas permanecen cerradas y el sol se abre paso entre los tejados; los coches desfilan por el asfalto y una niña se agarra a la mochila mientras pregunta a su padre por qué hay tanta basura en la acera; una joven contempla el escaparate de una tienda rodeada de desechos y un mendigo yace a su lado como un desecho más.


Los sindicatos convocaron esta huelga indefinida ante el Expediente de Regulación de Empleo (ERE) anunciado por las cuatro empresas dispuestas a comprar el servicio desde verano, que pretendía dejar en la calle a 1.134 trabajadores (de los 6.000 totales) y recortar el salario un 43%. Si me permiten, retrocedemos al mes de agosto: entonces, el ayuntamiento de Madrid  pretendía recortar el presupuesto en limpieza viaria y abrió un concurso público en el que pedía una rebaja 10% del presupuesto inicial, que era de 2.316 millones de euros. Por lo tanto, las empresas que más barato ofrecieran sus servicios se llevarían los contratos. Las cuatro empresas ganadoras fueron: Ferrovial, Valoriza (del grupo Sacyr), FCC y OHL. Entre todas, ofrecían una reducción del presupuesto a 1.943 millones por hacer el servicio, es decir, un 16% del total. Esta diferencia de presupuesto que ofrecen las empresas al ayuntamiento es el origen del conflicto. De esta manera, las empresas alegan que no pueden establecer su presupuesto si no es a costa  de la reducción de plantilla y el recorte salarial. Esta medida está facilitada por la ausencia de una exigencia que mantuviese el empleo en el pliego realizado por el ayuntamiento. Ana Botella llamó a esto un “cambio de filosofía”. Lo que hizo fue una “subrogación”: comprometerse a contratar a los trabajadores, pero no a mantenerlos. Ninguna empresa privada iba a renunciar a su margen de beneficios, eso estaba claro.

En el barrio de Chueca, el mediodía de la cuarta jornada de huelga tiene un suelo pegajoso y un olor tangible. Las vecinas miran con los brazos cruzados cómo la mierda gana terreno poco a poco. Los niños se divierten con ella, como lo hacen con la ola que acaba débil en la orilla. Los rayos del sol penetran en el interior de los montones de basura buscando el florecimiento de una lata o de una flor marchita. Difícil.

En el transcurso de la huelga, se sucedieron intentos de acuerdo, pero lo que se conseguía era más distanciamiento. En esas disidencias, Juan Carlos del Río, responsable de UGT, anunciaba en Hora 25 de la Cadena Ser: “empezaremos a hablar cuando se retire el ERE y se readmitan a los 350 trabajadores despedidos el 1 de agosto (limpiadores y jardineros)”. Si hacía falta más tensión al asunto, la alcaldesa Ana Botella se encargaba de añadirla, al decir que se trataba de un problema entre empresas y trabajadores. Si algo piden los ciudadanos a los políticos, es que adopten una postura conciliadora en un conflicto. En vez de “lavarse las manos” y subirse a su coche oficial.

En el quinto día de huelga, la Gran Vía, aparentemente limpia, recibe la noche escondiendo los trozos de basura, como el chaval que esconde el tabaco cuando sus padres llegan a casa. Lo mismo ocurre en el paseo del Prado, pero al entrar en una calle menos galardonada la mierda te devuelve a la realidad.


“Madrid, capital de la basura”, tituló el diario conservador Frankfurter Allegmeine en el ecuador de la huelga. Junto a este periódico, otros medios internacionales como la BBC, Le Monde o The World Street Journal se hicieron eco de la mierda que vestía Madrid. Sus párrafos acusaban a la alcaldesa como persona equivocada para ejercer el cargo y atribuían esta situación al gran endeudamiento –la ciudad con más deuda en toda España- de la capital. En los medios nacionales también se hablaba de la huelga. Sobre todo de la estética de la ciudad; daba la sensación que preocupaba más la apariencia del asunto que su verdadero trasfondo: un gran número familias sin trabajo, una reducción salarial que volvía a ahogar a los más débiles y la nueva privatización de un servicio público. Como sacar la basura, esto se está convirtiendo en un hábito rutinario. Además, cada uno desde su trinchera, los partidos políticos respaldaban o culpaban a los trabajadores por el aspecto de la ciudad.


En el séptimo día, el barrio de Salamanca y la calle Génova están impolutas. Sí. Parece ser que hay personas que viven aislados en una, o varias, nubes. Tarea complicada en estos días de constantes gritos e incendios.

Lo que realmente importa: ¿qué se decía en la calle? ¿qué opinaban los ciudadanos? . Sin duda, la basura en las calles era el tema de cada conversación. Era difícil no encontrarse con personas que señalasen los residuos mientras fruncían el ceño “Ahora mismo venía pensando en eso”, dice Mari Carmen cuando la pregunto sobre el aspecto de las calles. “Da pena salir a la calle. Los trabajadores tienen todo su derecho a hacer huelga, pero que no nos llenen la calle de mierda”. Y es que era curioso ver cómo muchos contenedores estaban semivacíos y las bolsas de basura –algunas rajadas- se aglomeraban al alrededor. No hay que generalizar, pero hubo trabajadores que esparcían los desechos para que la huelga tuviese más visibilidad y afectase más, buscando una reacción en los altos cargos. Además la mayoría de las noches se quemaron contenedores, aunque luego se demostró que no todos los detenidos –en total, 19- eran trabajadores. Moisés, un joven ghanés que lleva viviendo doce años en España, no fue el único que se acordó del gran número parados como solución al conflicto: “Hay mucha gente que estaría dispuesta a limpiar esto por dinero”.  Desde los primeros días, se sucedió la curiosa imagen de los policías escoltando a los trabajadores para que se cumplieran los servicios mínimos. De hecho, el gobierno pretende establecer una nueva ley de “servicios mínimos” a raíz de esta huelga, pero ese es otro tema.


Chema, periodista, intenta convencer a su amigo de que la intervención del Ejército para limpiar las calles es una posibilidad seria; y es que se consiguieron 24.600 firmas en la petición a través de Change.org.
Stefany es francesa y recuerda con una sonrisa cómo era Madrid cuando ella lo visitó de pequeña. Ahora ha venido a ver a un amigo suyo y se ríe por el estado de las calles: “lo peor es cuando se levanta el viento”, bromea.
“Madrid es la puerta de Europa para los latinoamericanos”, menciona Javier, un venezolano que ha venido a pasar unos días con su familia. “Esta es la cuarta vez que vengo a la ciudad y nunca la vi tan mal. La imagen es penosa”,  dice apartando una de las tantas latas que hay en la acera. Algunos turistas pretenden evitar la realidad y a la hora de posar en una foto, gritan: “¡no me saques con la basura detrás!”.

Impresiona como la mayoría de personas con las que hablé, a pesar de que la mierda los comiese sus portales, sus calles, su realidad, apoyaban a los trabajadores.

En el noveno día, la calle de las Huertas, zona de copas y hostelería, se distinguen montones de basura orgánica. Huele fatal. Entrantes, primeros platos, segundos y postres, menús baratos servidos en baldosas: una relaxing fast food madrileña, vamos.

Nunca viene mal fijarse en los orígenes de las cosas. En este caso, el conocido por “capitalismo de amiguetes”, es decir, estos grandes negocios con el dinero de todos entre amigos: empresarios y políticos, comenzó hace unos 20 años. El Partido Popular aseguraba que Madrid, por esa época, tenía un apartado de limpieza urbana desastroso y de mucho coste.
Este juego de contratas y privatizaciones lo inició una vieja conocida en la capital: Esperanza Aguirre, como concejala de medio ambiente. Fue sustituida por López Viejo (imputado en el caso Gürtel), que continuó con el plan de privatizaciones en su etapa. Se abrió un nuevo concurso público en el que se presupuestaron 65 millones de euros y las empresas acabaron cobrando 161 millones, casi el triple. Esa es la amistad entre empresarios y políticos.

En la noche del undécimo día, al barrio más multicultural de Madrid, Lavapiés, la huelga le afecta de otra manera: los niños senegaleses juegan al fútbol con las latas de cerveza y los cartones son reutilizados por personas que se preparan para pasar la noche en la calle.

Tras nueve días de huelga, Botella convoca una rueda de prensa, en la que da un ultimátum de 48 horas a los trabajadores. Si en dos días las calles de Madrid seguían encharcadas de basura, la intervención de la empresa pública TRAGSA –con un despido del 16% de su plantilla en el horizonte- sería inminente. El comité de empresa, desde un primer momento, se negó a ejercer de “esquiroles” y perjudicar el esfuerzo de sus compañeros. Por eso, TRAGSA acabó recurriendo a Empresas de Trabajo Temporal (las ETT) para cumplir los servicios mínimos. En una tarde, se solicitan 110 trabajadores que, dada su situación de desesperación económica, aceptan la jornada aún siendo conscientes de la tensión presente y el riesgo que eso suponía. La madrugada del sábado 16, las calles madrileñas recibieron con alegría a los empleados temporales que cobrarían 85 euros por la noche. Allí estaba también ella, Ana Botella, que se acercó a supervisar –enfundada en su abrigo de piel- el cumplimiento de la partida. En dos días se recogieron cerca de 610 toneladas de residuos, según estimaciones municipales.

El 17 de noviembre, después de una intensa noche de negociaciones entre sindicatos y empresas adjudicatarias, se llegó a un acuerdo. Los 1.134 trabajadores afectados por el ERE se reducen a cero. Ningún despido. Mientras que los recortes salariales se quedan en una congelación de sueldos por tres años (hasta 2017) y con expedientes de regulación de empleo temporales. El acuerdo se cerró tras 15 horas de asambleas en las que los trabajadores aceptaron las nuevas condiciones del contrato. Los jefes sindicales calificaron la huelga como “exitosa”, dado el panorama negro que antes se presentaba. Aunque algunos trabajadores lamentaron no haber podido recuperar a esos trabajadores que fueron despedidos en agosto.


En una realidad cada vez más sensorial como la actual, en la que las personas se ciñen a la apariencia de las cosas y aquel que ahonda en sus sentimientos verdaderos se convierte en un extraterrestre, es muy importante resaltar no solo aquello que se ve, sino lo que se siente. El reciente ejemplo que nos han dejado los trabajadores de la limpieza y la jardinería es idóneo. Compañeros que caminaban sobre la silueta del precipicio, se han unido con coraje para defender su derecho a la alegría, como diría Benedetti.
Estos días pasarán a la historia de la ciudad. Andabas sin despegar la mirada del suelo, donde la acumulación de residuos te percataba de la existencia de las papeleras: esas grandes olvidadas, que solo dialogan con los barrenderos. La función de ambos en la ciudad es abismal. Es más, si de algo nos ha servido esta huelga es para darnos cuenta del tsunami de residuos que generamos y de la importancia de la profesión que se encarga de retirar esa basura.


Entre tanta mierda, me encontré con esta sensacional frase del periodista Josep Ramoneda: “La basura en las calles se convierte en metáfora del desconcierto y de las fracturas de un país”. Muchos somos los que pensamos que una calle impoluta no muestra la realidad de una España que hace tiempo que cae en silencio desde un rascacielos, poco a poco, ignorando el golpe que va a sufrir.

Cuando los poderosos juegan con la vida de las personas a sus espaldas, por debajo de la mesa, te das cuenta de que toda basura tiene el mismo color.



Reportaje publicado en el número de diciembre de la Revista Eboli News


En estas manos estamos

El timbre de una clase siempre tarda en sonar. Más tarda si se trata de la última hora; más aún si lo que se avecina es un puente con tres días de descanso; todavía más si estamos hablando de unos adolescentes con 16 jarras de testosterona en vena a los que repatea estar sentados durante seis horas acatando órdenes; incluso todavía más -si cabe- tratándose de una asignatura que todos aborrecen, aunque toman apuntes porque saben que habrá un examen y como lo suspendan, sus padres los dejarán sin paga semanal.
El profesor se desespera intentando calmar a las fieras que fijan su presa en el pomo de la puerta, un día más. Quedan “5 minutos” y algunos ya están en posición de ataque, prevenidos a la señal de vuelta a casa, al placer, a la desconexión. “Tía, como se alargue más el plasta este me voy a perder los Simpson”, dice una alumna sin uñas del hambre y de la espera. Los murmullos son incontrolables para ese profesor -o profesora- que habla de algo tan irrelevante como el significado de la vida, mientras dos jóvenes se cuentan qué planes tienen este fin de semana. Tras muchos sudores suena la campana. Sólo se escucha el griterío de los chavales aliviados y el terremoto formado por arrastrar las sillas. Lo que diga el profesor en ese momento no es importante: ya ha sonado el timbre.
     

Jueves 31 de octubre. Quedaban 61 días para acabar este frágil 2013 para la política española. Jesús Posada encendió el micrófono para dirigirse a los diputados y tratar el último punto del día, con la reforma de las pensiones como telón de fondo.
Sus señorías esperaban ansiosos el final de la sesión para poder irse de puente cuanto antes. Muchos de los diputados ya habían votado el punto cuando el presidente del Congreso de los Diputados, Posada, aún no había terminado de pronunciarse. Parece ser que tenían las cosas claras. No eran pocos los que habían recogido sus baratijas -iPads y esas cosas- antes del final de la jornada. Tampoco faltaban los que hablaban por whatsapp durante las intervenciones de sus compañeros. En estos últimos minutos, el traje apretaba tanto a los sentados en los pupitres de la derecha, como en los de la izquierda. Los del centro -si es que existen- intentaban no dar cabezadas para evitar ser cazados por la prensa fotográfica. Una diputada buscaba en el techo, curiosa, los disparos del fallido golpe militar como si fuera su primera vez. Los diputados no podían más, se revolvían en sus asientos hasta que por fin se abrió el último turno de votación. Sin saber siquiera los resultados, sus señorías salieron del hemiciclo como quien abandona una estación de metro: entre empujones y murmullo. Una estampida en toda regla. Carreras en los pasillos a gritos de: “¡¡tonto el último!!”. Los resultados balbucearon en la boca de Posada vestidos de una banalidad aplastante. Lo que dijese el presidente del Congreso en ese momento no importaba: ya había empezado el puente.
Veo poca diferencia entre los alumnos y los diputados. Muy poca.
Ignorando el espacio y el tiempo en el que ocurren, se dan situaciones muy parecidas: tiempo de espera, miradas inquietas, ansia, sudores fríos, egoísmo, falta de conciencia extrema, cansancio, ausencia de pasión… Hay un pequeño detalle, eso sí: los jóvenes alumnos, preparan su futuro y disfrutan del presente; los diputados deciden nuestro futuro y eligen nuestro presente. Me pregunto: ¿con qué cara se quedan la pareja de jubilados que ven esta desvergüenza? Si hacen esto delante de las cámaras, ¿qué broma hacen detrás de ellas? No quiero ni pensarlo.
Tampoco quiero generalizar, tal vez allá en la clase política personas que amen su oficio, pero este acto denota una total falta de vocación. Te obligan a replantearte algunas cosas. Para muchos, su cargo debe ser un mero trámite entre comida y comida. Unos irán porque no hay otro remedio, como el chaval que estudia obligado por sus padres. Otros irán por intereses ocultos y sospechosos, como el chaval que quiere la paga de sus padres a toda costa.
Los diputados se escudan en que los motivos de esta infame estampida fueron que perdían el último ave –había huelga de trenes- o el avión para disfrutar del puente. “¿Qué hay de malo en querer volver a casa después del trabajo? Llevamos días sin ver a nuestros hijos y familia”, comentó una diputada del PP. Con qué ojos la miraría el padre que trabaja como camionero durante una semana sin ver a sus hijos. O imagínate la incredulidad de una madre que limpia escaleras doce horas al día. Hay oficios que se rigen por una vocación inexplicable, otros se miden por su alta implicación en la sociedad. De ahí su importancia y trascendencia. Sería un grave error que una persona ocupara un cargo carente de pasión por el mismo y de conciencia de la realidad. ¿Acaso un peluquero deja el pelo de un cliente a medio cortar? ¿Acaso un bombero deja un edificio en llamas? ¿Acaso un piloto suelta los mandos en el aterrizaje? ¿Acaso un médico deja a su paciente en la camilla agonizando?
Me preocupa saber que en estas manos estamos.

Artículo publicado en Eboli News el 13 de noviembre de 2013

miércoles, 1 de enero de 2014

Arriesga su vida por el bienestar de todos


Jorge Arzuaga es un chico bilbaíno, de 26 años, en huelga de hambre. Eso significa que su vida está en juego, ni más ni menos. Los motivos que le han llevado a realizar esta huelga son: la ilegitimidad del gobierno en el poder puesto que mintió en su campaña electoral, la financiación ilegal del PP y los múltiples casos de corrupción de la clase política, el pesado saco de mentiras e hipocresía del  poder y la complicidad del gobierno con los bancos, que destrozan vidas a diario sin ningún tipo de escrúpulo. Motivos, entre otros muchos, que han obligado a Jorge a poner en riesgo su salud para exigir la dimisión del gobierno y la convocatoria de elecciones anticipadas. Todo un gesto de generosidad humana.
Jorge aterrizó silenciosamente en la Puerta del Sol de Madrid el pasado sábado 12 de octubre, tras seis años de cavilación sobre esta decisión e indispensables entrenamientos de ayuno. “Sentía que esta decisión formaba parte de mi camino”, asegura Jorge. Este tipo de gestos engrandecen al ser humano. Estamos hablando de una persona que no considera su situación personal como una de las más dramáticas del largo historial de la crisis –estafa, diría yo- y que, aún así, sale a la calle a jugarse la vida por todos nosotros. Me gustaría recalcar esto último y analizar concienzudamente en nuestra realidad lo que ello supone: ofrecer tu propia vida para la consecución de un objetivo común.
El silencio despegó en pocas horas cuando Jorge empezaba a aparecer en las redes sociales (#MotivosJorge) y los curiosos de Sol se acercaban a conocer su situación. En ese momento, Jorge ya formaba parte de la historia de esa plaza que tan poca sombra alberga y que tantos destellos de luz y esperanza ha dado en los últimos años. Transeúntes, familias, turistas, periodistas –pocos-, jóvenes, ancianos –por supuesto, los “yayoflautas”- son los colectivos que se han pasado a conocer y apoyar a Jorge, que, según él, “es lo que le da más fuerzas para continuar”.
Y es que Jorge es otra de las personas que han optado por la vía pacífica, rehuyendo de la violencia, para cambiar la deleznable situación actual. Supongo que una de las prioridades de Jorge era reavivar la llama de nuevas formas de protesta social y que su iniciativa provocara un despertar colectivo. No ha empezado mal: en cuatro días de ayuno, otras 4 personas han comenzado una huelga de hambre. Y no serán los únicos siempre y cuando los medios vayan haciendo eco de la repercusión de esta hazaña.
Bien, me ha costado mucho no escribir la palabra hazaña en este texto; me ha costado tanto, que lo he hecho. 
Me explico.
He tenido la suerte de estar con Jorge varias veces estos días y estoy seguro de que no le entusiasmaría especialmente que se hablara de “hazaña”. No quiere ser considerado un héroe -¿cuánto tiempo tardaremos en ver su rostro en camisetas?. Esa actitud ya dice mucho de su forma de ser. Da la casualidad de que muy pocos le conocemos, pero nos atrevemos a hablar de él, bien sea en el rellano de casa o en una red social. Todo el mundo coincide en que es un chico normal. Muy normal.
Mantiene la alegría a pesar de que su estómago, ignorante de su protagonismo, aporree las paredes fieramente. Le faltaría el respeto si no menciono su apellido, pero, para mí, “Jorge” muestra a la perfección su humildad y grandeza.
Admiro a esas personas que, pudiendo calentar el sofá de su casa, salen a la calle a luchar por el cambio de una situación injusta.131016 Jorge Puerta del Sol noche
Admiro a esas personas que dignifican la deteriorada raza humana.
Admiro a esas personas que entregan su vida, hasta juguetear con el riesgo, por una causa común.
Admiro a esos héroes silenciosos.
Admiro a Jorge.



Nota: me gustaría resaltar el seguimiento que está haciendo Periodismo Digno del desarrollo de la huelga de hambre de Jorge. Ha recibido críticas éticas sobre esta decisión de acompañar a Jorge. Yo sólo puedo aplaudir el trabajo de que hacen, no sólo con este tema. (Aquí su página web:  http://www.periodismodigno.org/category/motivosdejorge-2/)
Artículo publicado en  Eboli News el 16 de octubre de 2013