El pasado 11 de febrero el abuelito Ratzinger reunió a periodistas y a
sus sabuesos cardenales, que, hemos de recordar, tienen el cielo ganado, en una
de las tantas salas bañadas en oro del Vaticano para presenciar el discurso de
Su Santidad en el que dijo lo siguiente: “Me falta el vigor tanto del cuerpo
como del espíritu para gobernar la barca de San Pedro”, también añadió, “en
este mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones
de gran relieve para la vida de la fe”.
Y es que a Benedicto XVI le ha estallado el siglo XXI en las manos. “Un
mundo que avanza tecnológicamente y se transforma a diario es realmente
inaguantable” debió ser la duda que, probablemente, le ha estado rondando la
cabeza al vicario de Dios cada vez que visitaba el váter. Un mundo que ya no
esconde nada ni bajo las sotanas, es más, las levanta y las voltea como si se
tratase del cabaret parisino, Moulin Rouge.
Volvamos a eso del siglo XXI. El ser humano lleva pisando (y ensuciando)
la Tierra desde hace miles y miles de años, suficientes, para haber madurado.
Pero parece ser que no ha sido así. Y es que, a pesar de las diferentes
situaciones críticas repartidas por el planeta, aun nos encontramos monumentales
instituciones religiosas que, bajo mi punto de vista, son absurdas tal y como
se llevan a cabo. Un claro ejemplo que refleja la anacrónica organización de
estas instituciones es la ausencia
de mujeres en sus primeras filas, al más puro estilo medieval. Me explico.
¿Realmente tiene sentido la pervivencia de grandes instituciones como la
del Papa a estas alturas?
Claro que sí. Tendría sentido si el Sumo Pontífice romano (hay que ver
cómo les gusta engrandecerse) ejerciese la labor de la persona que dice
representar: Jesús de Nazaret. Esa gran persona que defendía, paseándose
descalzo por los pueblos, unos ideales de igualdad, respeto, libertad… ese raro
afán que tenía por acabar con las injusticias y por compartir lo que tenía con
el de al lado. Eso ya no se lleva. Lo que ahora está de moda, si te toca
representar a Dios en la Tierra, es ser invisible, transparente y monopolizar
espíritus que acuden a tu plaza entregando su vida. Todo esto desde el interior
del dorado Vaticano, con los gastos pagados y con un papa-móvil que ni se
arrima al coche de Batman, faltaría más. Si de verdad representara a Dios,
permitiría el uso de preservativos en países subdesarrollados evitando así la
muerte de miles de personas al día. Pero no. Si de verdad representara a Dios,
repartiría todas sus riquezas a las personas que menos tienen, y más necesitan.
Pero no. Si de verdad representara a Dios, sacaría los colores a los
gobernantes corruptos que juegan con el pueblo como hizo entonces Jesús con los
dirigentes de la época. Pero… no.
¿Creéis que si Jesucristo visitase la Tierra le gustaría lo que se iba a
encontrar?
Claro que no. Se echaría las manos a la cabeza al contemplar el monstruo
desarrollado a partir de la semilla que puso en tierra fértil años atrás.
Estas monumentales instituciones tendrían sentido si estuviesen
representadas por gente como los misioneros y las misioneras que entregan su
vida a erradicar las injusticias en los lugares recónditos y más necesitados,
como las órdenes religiosas modestas que alimentan aquí a diario a personas con
pocos recursos económicos…
En fin, la jerarquía católica tiene que mirar hacia sus orígenes para
recuperar su esencia y tener muy presente de dónde viene para saber hacia dónde
tiene que ir.
Fotagrafía: Stefano Dal Pozzolo.
Te lo digo de nuevo, muy muy bueno.
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